Desde hace un cierto tiempo, quizá desde hace un par de
décadas, las emociones y sentimientos[1] se han convertido
progresivamente en un tema de actualidad casi cotidiana y no dejan de cobrar
protagonismo mediático, con noticias de tal o cual descubrimiento, sea en los
medios masivos o en revistas más o menos especializadas en ámbitos diversos.
El énfasis sobre
emociones y sentimientos se ha desarrollado en paralelo al auge de las
neurociencias, con una visión centrada en los el correlatos funcionales y
estructurales del cerebro, y a las ciencias del comportamiento (en particular
la psicología cognitiva y la economía del comportamiento). Así hemos visto surgir nuevas disciplinas
“neuro” (neuroeconomía, neuroética, neuromarketing, etc.).
De este modo, las emociones y sentimientos han devenido
temas de atención y apasionada actualidad en los ámbitos del marketing, la
investigación de mercados, la estrategia empresarial, la toma de decisiones y
en el análisis del discurso (político, etc.). Para algunos, parece que la
necesidad de medirlos se ha convertido en el tema central, como si de rellenar
un Excel se tratara, o como si con ciertos recursos métricos y el algoritmo
adecuado se pudiera conocer y detentar el “botón de compra”, a modo de una
clave ilusoria automática que permitiera manejar los procesos decisionales. Así
se habla de medir la agradabilidad de un producto, medir el impulso de compra,
medir las preferencias electorales, medir y medir.
A rebufo de esta fascinación aparecieron advenedizos apóstoles
“neuro”, que a partir de frágiles fundamentaciones reduccionistas, contribuyeron
a crear una especie de “neuromania” o “cerebro-centrismo”. Después de dichas
euforias iniciales, recientemente, parece que empiezan a surgir dudas, en
algunos ámbitos, debido a experiencias no del todo satisfactorias, o más o
menos conflictivas (ej. El caso de Starbucks y la política de Trump, etc.).
Pero en realidad, ¿Podemos medir los sentimientos? o ¿Existe un método eficaz
para ello?
Más allá de estos fenómenos periféricos o banales
entiendo que es necesario interrogarse sobre varias cuestiones de fondo, respecto
a lo que representan las emociones y sentimientos en la conducta y toma de
decisiones, a partir de los nuevos conocimientos aportados por las ciencias del
cerebro y del comportamiento en general.
Planteo a continuación tres cuestiones básicas y sendas
conjeturas sobre los temas anteriormente mencionados: primero, ¿Por qué del
interés creciente en las emociones y sentimientos?; segundo, ¿Hasta qué punto las
emociones y sentimientos son necesarios para entender los comportamientos?; y
tercero, ¿Son medibles las emociones?
I.
¿Por
qué del interés creciente en las emociones y sentimientos?
Respecto a esta primera cuestión podemos constatar que
las raíces de dicho interés se remontan en lo inmediato a finales de la década
del pasado siglo, lo que algunos denominaron “década del cerebro”. Si bien fue
el despegue de una serie de descubrimientos claves sobre el conocimiento del
funcionalismo cerebral, este proceso se enmarca también en una serie de cambios
sociales y políticos del momento.
En concreto, por ej. en la política científica de USA, a
partir de la legislación federal del 2001, el NRC (Consejo Nacional de
Investigación) promueve la defensa de un cientifismo re-emergente y el apoyo a
las metodologías experimentales basadas en la evidencia (evidence-based), donde
se pone el énfasis en una única forma de rigor científico.
Ya en aquellos momentos surgen fuertes discrepancias en
las que se critica la política del NRC por representar "la nostalgia por un universo de ciencia simple y ordenado que
nunca fue" (Popkewitz, 2004).
Así mismo, el debate político-científico empieza a
generalizarse. Pankaj Mehta, científico y profesor de Biología de sistemas en
la U. de Boston, comenta al respecto, "Para
muchos medios de comunicación de masas, hay un gen para casi cualquier
desigualdad e iniquidad de la sociedad moderna."
En este contexto complejo, los conocimientos
neurocientificos y ciencias del comportamiento se van convirtiendo
progresivamente en un brújula para los tiempos de desconcierto y a su vez
proliferan y se divulgan los mismos (Damasio, Kahneman, Kandel, etc.).
En 2002 se atribuye a Ale Smidts (profesor de la
Universidad Erasmus de Rotterdam, y Director del Centro de Neuroeconomía) la
concepción del termino Neuromarketing. En este ámbito, junto a los esfuerzos
rigurosos por aplicar los conocimientos de la neurociencia y la psicología
cognitiva al marketing, proliferan en gran medida estados de opinión basados en
enfoques reduccionistas y simplificadores de realidades complejas, con altas
dosis de over promise.
Ciertamente en el ámbito científico se desarrollan
relevantes conocimientos como por ej. la plasticidad neuronal (Kandel); las
neuronas espejo y el papel de la empatía, (Rizzolatti); el papel determinante
de las emociones en las conductas ( Panksepp, Damasio); la “teoría
prospectiva”, los sesgos y el modelo mental cognitivo de Kahneman, tan bien
acogidos por los ejecutivos de Silicon Valley y empresas como Amazon, Facebook,
etc.; entre otros.
Pero, por otra parte, también se va construyendo el caldo
de cultivo para la aparición de visiones cientifistas neurocéntricas y para ciertas
aplicaciones, cuando menos, poco claras (véase lo escrito por F. Babetski, CIA
Directorate of Intelligence analyst[2]; según Washington Post[3], SCL Group se encuentra en
negociaciones con la administración Trump para “ayudar al Pentágono y otras agencias gubernamentales con el programa
'contra la radicalización'; etc.)
Es interesante observar como posiciones políticas y visiones
diversas ante un mismo fenómeno (ej. la radicalización islamista) puede determinar
enfoques y metodologías diferentes sobre cómo actuar ante experiencias
emocionales traumáticas. Así, en contraste con el ejemplo anterior de Washington
Post y el SCL Group, vemos experiencias como las desarrolladas en Dinamarca con
los Programas de Prevención sobre el Radicalismo. Toke Agerschou, responsable municipal
del programa de desradicalización de Aarhus, comenta “...es fundamental saber que han vivido...su biografía...lo que han
vivido allí, son personas, no son demonios...”[4]
En definitiva, el interés creciente por lo emocional si
bien responde a las necesidades sociales actuales conectadas con el desarrollo
del conocimiento neurocientífico, se da en un contexto socio-político que lo
enmarca y orienta, pues en él prevalecen y son dominantes culturalmente visiones
positivistas (creencia de que puede observarse independientemente de quien
observa) e individualistas (como si el sujeto existiera al margen de lo
intersubjetivo, lo social y las relaciones de poder), como consoladoras
certezas ante la incertidumbre de la complejidad.
II.
¿Hasta
qué punto las emociones y sentimientos son necesarios para entender los
comportamientos?
La segunda pregunta que me planteaba parece ofrecer pocas
dudas, en general, en los ámbitos del conocimiento científico y social, es
decir, podemos afirmar que las emociones están en la base y son el motor
primordial de nuestro comportamiento.
Aun así, la relación entre emociones y comportamiento
está llena de matices, nada irrelevantes, pues la visión de dicha relación varía
según las teorías y presupuestos epistemológicos (positivista vs. hermenéutico,
conductual-cognitivo vs. psicoanalítico, etc.) de los que se parta, con sus
consecuencias en las practicas e incluso en las posiciones éticas.
No es mi objetivo entrar en profundidad sobre lo
anterior, que es amplio, diverso y rico en lo investigado y publicado, sino tan
solo mencionaré algunos aspectos que me parecen claves en la cuestión planteada.
-
En primer lugar creo pertinente distinguir
cuerpo (cerebro) y mente. La distinción entre cuerpo y mente es una cuestión
del punto de vista del observador, es un artefacto de la percepción. Los
sentidos perciben (mi cuerpo) como una entidad física y yo me siento
internamente como una entidad mental (mi si-mismo, mi self).
Dos aspectos que son
una y la misma cosa. Yo soy la misma cosa que estoy observando y me percibo
desde dos puntos de vista a la vez.
Dicho en palabras de
M. Solms[5], “El cerebro esta hecho de una substancia que
parece "física", cuando se observa desde fuera (como un objeto) y
"mental" cuando se observa desde dentro (como un sujeto)".
-
Chalmers (1995) planteo la cuestión entre el
dato perceptivo-físico y la experiencia subjetiva, lo que él denomino el problema
"fácil" y el problema "difícil", entre cerebro y mente
(dicho sea de paso, es del mismo orden que el acto de consumo que realiza un
consumidor).
El problema "fácil",
decía Chalmers, es encontrar los correlatos neurales de cualquier cosa
(lenguaje, memoria, etc.), encontrar regiones y procesos cerebrales, donde se
localizan, por ej. un pinchazo: ruta somatosensorial.
El problema "difícil"
consiste en conocer como un patrón particular de hechos fisiológicos se nos
hace consciente, por ej. como la fisiología, la química, etc. se transforma en
la sensación de dolor.
-
La huella psíquica
(experiencia subjetiva) es emergente, surge de la interacción entre el cerebro
y los estímulos que provienen de dentro y de fuera del organismo, el contexto
externo. Es decir, la sensación ante la Sonata Claro de Luna de Beethoven no es
sólo debida al piano, señala J. Coderch.
-
“Los
patrones neurales y las imágenes mentales correspondientes de los objetos y
sucesos fuera del cerebro son creaciones de este relacionadas con la realidad
que provoca su creación, y no imágenes especulares pasivas que reflejan esta
realidad”, dice A. Damasio.
Las representaciones mentales (patrones
neurales) se modifican con la experiencia. La experiencia subjetiva (p.ej. de un
consumidor) es básicamente una experiencia emocional.
-
"Las
percepciones son una creación del cerebro y de la mente humana ... no existen
fuera de nuestra mente ... el cerebro es el que ve, escucha, siente ... fuera
de nosotros no hay luz, gusto, tacto ... " (I.
Morgado[6])
Entender como un
consumidor conceptúa un producto conlleva entender la experiencia y vínculos
con el mismo. Por tanto, hay que entender esta interacción compleja y no sólo
"registrar" una parte del proceso perceptivo (ej. La visión de un
producto frente al lineal no la podemos reducir a un proceso de registro de la
retina).
-
Los sistemas emocionales (emociones básicas y
secundarias) están en la base de nuestro comportamiento, orientan nuestras
actitudes, conductas y vínculos (personas, productos, servicios, eres.). Las
emociones son las responsables de crear y evaluar el sentido a nuestras vidas y
nos preparan para la acción.
-
Así podemos decir que la relación emocional
es constituyente de la creación del self. Y en este sentido, J. Coderch
considera que: “Las emociones son aquello
que guía y determina el comportamiento de los seres humanos en todas sus
dimensiones,...la razón se halla claramente al servicio de las emociones, ya
sea para el logro de sus satisfacción, ya sea para justificarlas.”[7]
-
“Toda
observación está cargada de teoría”, decía Popper[8]. En efecto todo acto de
conocimiento está cargado de nuestras experiencias, presupuestos, expectativas,
deseos y si este conocimiento lo referimos a las relaciones humanas no podemos
conocer de otra manera que a partir de un acto en el que participamos como
sujetos en nuestra totalidad, no solo cognitivamente sino a partir de nuestras
experiencias, de lo que sentimos, de nuestras emociones, sentimientos, de la
empatía y la continua y renovada interacción con los otros.
Pero además de estos
aspectos, anteriormente mencionados, sobre conocimiento y emoción, hemos de
tomar en consideración como elemento básico que la experiencia subjetiva del
acto de conocer (que es básicamente una experiencia emocional) se da en un
contexto social determinado, por lo que lo social (que es preexistente al sujeto) ya forma
parte y está incrustado en la experiencia del propio sujeto y por tanto en el
acto de conocer.
III. ¿Son medibles las emociones?
Este interrogante, que es una tema de rabiosa actualidad en
cuanto al deseo de disponer de unas métricas y algoritmos capaces de capturar,
programar y manejar las emociones y comportamientos humanos plantea, por una
parte, la visión sobre lo que entendemos por emociones y como conocerlas y, por
otra, abre la puerta a plantearnos como el desarrollo científico y tecnológico
(nanotecnología neural, robótica, ciborgs, etc.) afectará a dicho conocimiento.
A mi entender, hoy por hoy, lo pertinente es pensarlo desde la incertidumbre
comprometida con la reflexividad y la propia autenticidad ética.
Siguiendo a Solms y Chalmers (me referí a ellos en la segunda
interrogación) podemos afirmar que la cuestión de la medición de la emoción y
de las supuestas métricas emocionales es en primer lugar una cuestión de
percepción, es decir, depende desde donde y como observamos las emociones.
Podemos medir, por el momento, determinados signos
periféricos, pongamos por caso la frecuencia cardiaca, la contracción y
dilatación pupilar, etc., y ciertos correlatos neurales de la emoción (el
problema “fácil”, decía Chalmers), que es, dicho sea de paso, lo que miden la
mayoría de técnicas de neuromarketing aplicadas actualmente.
Pero, otra cosa es la experiencia vivida de la emoción, es
decir, como unos determinados patrones electroquímicos, fisiológicos, etc. son
experienciados, sentidos por el sujeto, pues lo sentido solo podemos alcanzarlo
a través de la relación intersubjetiva.
En estos tiempos sin pausas, de aceleraciones
vertiginosas y de incesantes desarrollos tecnológicos parece que el vértigo de
sus turbulencias hace imperar el retorno de simplicidades ansiolíticas, de verdades y
post-verdades simplificadoras y reduccionistas como antídoto frente a lo
complejo. Pero como suele decirse, no perdamos el norte!
Una simple canto rodado nos puede emocionar, un paisaje
nos puede invadir de sentimientos, cierto, pero con la piedra o con el paisaje
interactuamos de manera muy diferente a como interactuamos con los de detrás
del muro que quiere construir Trump o incluso con los portadores del terror bárbaro
en nuestras en nuestras tranquilas calles veraniegas. Sí, la interacción con
estos sujetos es claramente diferente o debería serlo.
Plantearnos entender la diferente respuesta emocional
requiere, entre otras cuestiones, un cambio de perspectiva y de visión del fenómeno
estudiado. En el caso de una piedra podemos llegar a conocerla, más o menos, a través
de entender su nivel de complejidad inferior (su estructura molecular, su
composición química, sus átomos, etc.), pero para entender las consecuencias de
una guerra o una crisis económica sobre un grupo humano de poco nos sirve el reduccionismo
y la simplificación, que puede llevarnos al más cruel de los absurdos.
La vida emocional y la experiencia vivida no solo no puede
ser “capturada” por unos protocolos de medición propios de la ciencia
positivista, por más que sofistiquemos el algoritmo, sino que requiere un
cambio de enfoque en su conocimiento (ontológico, epistemológico y metodológico)
que tome en consideración a quien observa, con todos sus presupuestos y
prejuicios, y que el sujeto observado es eminentemente un sujeto social y por
tanto que las interacciones son emergentes, es decir, un conocimiento centrado
en el vínculo empático con el otro, o dicho de otro modo, re-conocer que el
acto de conocimiento de lo emocional lo hacemos desde nuestra subjetividad y la
necesaria reflexividad y no desde una pretendida y neutral objetividad, como si
de un dato se tratara, pues nuestro propio acto de observación nos modifica y
modifica lo observado.
Constatar esta cuestión no imposibilita el acto de
conocer, sino asumir que conocemos con toda nuestra propia y compleja
subjetividad, aceptando además que como en todo
encuentro humano este vínculo intersubjetivo es emergente e impredecible
y no hay forma de saberlo de antemano.
Marcel Cirera
Agosto 2017
[1] En el presente artículo
en ocasiones utilizaré el término emociones como genérico y global, aunque al
referirme a emociones y sentimientos parto del presupuesto de su distinción
conceptual y sus matices, incluido el termino afectos, que en el sentido de
Spinoza los engloba, como sugiere Damasio. “Las
emociones son mecanismos biológicos instintivos que dan color a nuestra vida y
nos ayudan a afrontar las dos tareas fundamentales de la existencia: buscar el
placer y evitar el dolor” (E. Kandel, La era del inconsciente. Paidós,
2013). “Las emociones se representan en
el teatro del cuerpo. Los sentimientos se representan en el teatro de la mente”;
“Los sentimientos son una expresión
mental de todos los demás niveles de regulación homeostática” ( A. Damasio,
En busca de Spinoza. Crítica, 2005). “Emotions connects not only the mind and
body of one individual but minds and bodies between individuals” (R. Pally,
1988. Emotional Processing: The mind-Body Connection Int. J. Psycho-Anal.)
[2]
Babetski, Frank S. “Intelligence in Public Literature: Thinking, Fast and
Slow,” Studies in
Intelligence, Vol. 56, No. 2 (June
2012).
[3]
Matea Gold and Frances Stead Sellers, “After Working for Trump’s Campaign,
British Data Firm Eyes New US Government Contracts,” The Washington Post,
February 17, 2017.
[4]
CCMA,SA. 2016
(video), “30 Minuts”. “Desarmar Estado Islámico”. http://www.ccma.cat/tv3/alacarta/30-minuts/desarmar-estat-islamic/video/5603657/#.WZocPYbeS7A.google
[5] Mark Solms es neuropsicólogo
y psicoanalista. Ha trabajado sobre los mecanismos cerebrales de los sueños. Es
coeditor de Neuro Psychoanalysis, revista interdisciplinaria de psicoanálisis y neurociencias.
[7] Joan Coderch y Alejandra
Plaza. “Emoción y Relaciones Humanas”. 2016 Ágora relacional SL
[8] Karl Popper.
Conocimiento objetivo. Tecnos 1988, Madrid
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