Actualmente sabemos que procesamos nuestra
experiencia emocional a través de dos vías, la consciente y la inconsciente, relacionadas
con unas zonas determinadas del cerebro: el hipocampo (parte media del lóbulo
temporal) y la amígdala, ganglios basales y áreas parieto-temporo-occipital
(localización más difusa), respectivamente.
Diversos experimentos y estudios demuestran
que hay experiencias que sin pasar por la conciencia se inscriben en un
registro inconsciente.
Actualmente, se considera (E. Kandel y otros
investigadores de la memoria) que existen dos grandes ámbitos o tipos de
memoria: la llamada memoria explicita o
declarativa, de tipo consciente y evocativa (Hipocampo), relacionada con la
zona prefrontal capaz de inhibir las funciones del hipocampo (correlacionado
con el inconsciente dinámico o reprimido), y la memoria implícita o procedimental, que es inconsciente.
Las relaciones y experiencias, individuales o
grupales, de un sujeto con su ambiente influyen en lo emocional (las primeras
relaciones del niño con sus padres o cuidadores son básicas para su desarrollo
emocional, como ya mostro el psicoanálisis desde sus inicios) y son procesadas,
más o menos elaboradas, de forma consciente unas y de forma inconsciente otras,
dependiendo del impacto y sentido que puedan tener para nosotros.
Pero es que además estas relaciones y
experiencias (sobre todo aquellas iniciales) no solo determinan nuestros
aspectos emocionales, sino, incluso, nuestra estructura cerebral. Los diversos
estudios recientes sobre la que plasticidad
cerebral son una buena evidencia de ello.
En esta línea son sumamente interesantes las
investigaciones que nos muestran como el grupo, y la organización social, pueden
regular las características biológicas de los sujetos (ej. de diferentes
investigaciones: sobre el trabajo cooperativo y placer, Rilling,2002; sobre la maduración
morfológica sexual en los grupos de orangutanes y la presencia/ausencia del macho
dominante, Maggioncalda y Sapolsky, 2002; sobre miedo y endocrinología, Carter,
2005).
En definitiva, parece que podemos afirmar,
desde diferentes ópticas o enfoques convergentes, que las condiciones y características sociales pueden afectar, en cualquier
momento del ciclo biográfico, los parámetros biológicos y somáticos de los
sujetos. Esta afectación es en gran medida inconsciente.
Es en este sentido que las experiencias de traumas colectivos pueden ser
interiorizados y “vividos” a través del cuerpo como consecuencia de
procesos no elaborados mentalmente, o reprimidos en la memoria, y que en parte se
“descargan” en nuestro cuerpo.
Las experiencias vividas y relatadas por combatientes
en determinados conflictos bélicos que manifiestan trastornos por estrés postraumático
son evidencias de lo anterior.
Existen gran número de trabajos (demasiado
silenciados) sobre diferentes conflictos que nos hablan de dichas experiencias.
Un buen ejemplo de todo ello puede ser el artículo
de Rignam Wangkhang referido a las experiencias de niños indígenas de Canadá en
las llamadas “Escuelas residenciales”, http://www.ozy.com/fast-forward/can-trauma-be-passed-from-parent-to-child/70261
Children at All Saints Indian Residential
School, in Saskatchewan, in 1945. |
Marcel Cirera, 24/08/2016